Lluvia de verano


Llueve. Torrencialmente. Frente mío la ventana muestra una pared de agua, el ruido no me deja escuchar la música.
Veo pasar autos y como la calle se va llenando de agua que corre hacia la derecha. Nunca me gustó demasiado la lluvia, será porque de chico me impedía salir a jugar.
Una vez, tendría 8 años, estábamos en la quinta de General Rodríguez que teníamos de chicos y que era para mí como estar en la jungla, fuimos con Fabián, mi amigo de toda la infancia a buscar cañas.
Había un monte en donde se daban mucho las cañas tacuaras, esas largas y muy duras, similares al bambú. Era un día de sol en pleno verano, muchísimo calor y a la hora de la siesta, todos querían dormir, menos nosotros y para no hacer ruido nos íbamos a alguna parte. Salimos para ese monte y ya preparados con un machete de acero alemán de mi viejo cortamos unas cuantas cañas, las más largas, las más derechas. Con las mas largas y rectas pensábamos hacer cañas de pescar y con las otras, no se, siempre había algo para hacer, era una época donde dependíamos de nuestra imaginación para divertirnos y de nuestro ingenio para fabricarnos nuestros pasatiempos. Siempre tenía a mano mis juguetes preferidos, que eran las herramientas. Con un martillo clavos un serrucho y unas pinzas era feliz. Solo quedaba buscar materia prima, porque ideas sobraban y a pesar de los dedos machucados a martillazos, astillas clavadas o raspones éramos felices haciendo nuestros grandes proyectos.
Siguiendo con el día de la recolección de las cañas, recuerdo que veníamos los dos acarreando unas 20 cañas largas a la rastra por esos caminos de tierra y gramilla bajo el sol de la peor hora, por supuesto, sin remera ni protector solar, cuando una nube, de esas de verano, nos largo un terrible chaparrón de grandes gotas, que aunque no llegaron a ser granizo, nos pegaban en el lomo, hasta hacia un instante quemado por el sol, y las sentíamos como dardos sobre la piel quemada. Intentamos ponernos debajo de las cañas, pero no eran suficientes para eso, pero demasiadas para seguirlas acarreando con el apuro que teníamos por llegar a resguardo del aguacero.
Las dejamos tiradas en el camino y corrimos a más no poder hasta llegar a la casa, que fue exactamente en el momento que paraba de llover, como no podía ser de otra manera.
No recuerdo si volvimos a buscarlas o no, seguramente si, pero el aguacero que cae me hizo recordar esa tarde de verano hace… tantos años

Mañana de lluvia 21-3-08…y viernes santo

La imágen es de www.gif-animados.net

Comentarios

  1. Jajajaja... "como no podia ser de otra manera"... a eso se le llama negatividad, ¿sabias? :)
    Si no lo hubieras vivido ahora no podrías estar compartiendolo, todo aquello que nos acontece tiene un significado o una información...
    A mi me encanta la lluvia (de hecho me encanta bañarme en el mar lloviendo) y la suerte de tener una buena imaginación para recrear aquello que leo, con lo que casi hasta he sentido los golpes de la lluvia en mi espalda y visto la cortina de agua que te hizo recordar esta pequeña historia...
    Pero también he tenido momentos en los que me sentí hartita de ella: cinco días en una tienda de campaña, y cuatro de ellos lloviendo, el primero, bien; al segundo, bueno... ;al tercero, ¡hasta el moño!, jajajaja... todo el santo día lloviendo, todo el santo día... bien pues hasta ese estado se ha transformado en mi, al comprender que la mente es nuestra peor enemiga si no sabemos comprenderla... bueno, pero han sido años, muchos años y mucho sufrimiento también, los que me han llevado a comprender que somos los artífices de nuestra felicidad...
    Ciencia y espiritualidad no tienen por qué estar reñidas, al menos para mi...de hecho es el mejor modo de no caer en dogmatismos, pienso...
    Y ya me callo :)
    Un cordial saludo

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  2. No, no te calles Haideé, ya aprendí a escribir tu nombre sin leerlo, esa frase me va a quedar, "somos artífices de nuestra felicidad".
    Como siempre es un honor tenerte por aquí, muchas gracias.

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