De cien
Alexis y José son músicos.
Alexis estudia piano desde que su tío a los 4 años le regaló un Steinway de cola que pasó a ser el centro de la enorme sala donde vivía la familia Wainbaum.
José heredó de su padre, el mecánico del barrio, esa facilidad para ser el centro de atención en las reuniones, cantando desde que aprendió a hablar y acompañando con un bombo casero, las guitarreadas que se armaban en los asados del taller todos los jueves.
El señor Wainbaum, uno de los dueños de la mayor editorial del país, contrató a los mejores profesores de piano, durante toda la infancia de Alexis hasta que entró en el Conservatorio Nacional. Varios fueron los profesores que pasaron por esa casa. Por alguna razón nunca duraban demasiado.
José se calzó la vieja guitarra de su padre cuando sus brazos llegaron a rodearla y alcanzar las cuerdas. Tocaba solo, cuando su padre le prestaba el instrumento y en las guitarreadas de los jueves, mientras los mayores comían y tomaban, él se acercaba a los instrumentos de los invitados y con cuidado, apenas rozaba las cuerdas sin tomarlos por miedo a tirarlos.
Con el tiempo José aprendió algunos rasgueos y lo dejaban participar en alguna zamba con la vieja guitarra del mecánico, con el bombo que era por descarte el instrumento que casi siempre le tocaba y cuando sólo estaba de espectador, llevaba el ritmo golpeando la mesa y el banco de madera.
Pasaron muchos años de estudio, muchas crisis en las que el chico no quería ni acercarse al piano, hasta que terminado el conservatorio, Alexis ya era oficialmente un músico.
Gracias a sus influencias el señor Wainbaum facilitó las cosas para que su hijo tocara en el Teatro Nacional, en una gala donde los invitados pagaron carísimas entradas.
La mayor parte de la audiencia estaba por quedar bien con el señor Wainbaum y no entendía mucho de música.
José comenzó ayudando en el taller hasta que quedó al frente después del accidente que dejó a su padre sin poder trabajar. Los asados de los jueves siguieron y ya eran una tradición en el barrio, aunque ahora José era el principal atractivo, deleitando a todos con sus habilidades para emocionar a los oyentes con cualquier instrumento o simplemente con su voz.
En la escuela no le salían muy bien las cosas. Aunque era muy inteligente, el trabajo le ocupaba casi todo el tiempo y si no fuera por la insistencia de su padre hubiese abandonado.
Con unos compañeros se les ocurrió armar un grupo y los fines de semana se juntaban a tocar a la gorra en la peatonal del centro. Solían juntarse muchas personas alrededor, que al pasar, no podían evitar sentirse atraídos por la música y aplaudir hasta dejar rojas sus palmas.
No lo hacían tanto por la recaudación, que a veces, después de repartirla, ni siquiera alcanzaba para comprar un juego de cuerdas, pero hacer música les daba placer y ver a la gente feliz era suficiente recompensa.
La noche del concierto Alexis estaba muy nervioso, casi descompuesto. Había ensayado cientos de veces pero igualmente no podía alejar ese terror de que se le escapara una nota.
El auditorio escuchó en silencio durante la ejecución, muchos se esforzaron por contener el sueño y cuando terminó aplaudieron de pie y saludaron respetuosamente al importante músico, hijo del respetado editor, en el imponente teatro.
Casi una hora después del concierto, Alexis seguía temblando, su malestar no lo dejaba y su cara ya estaba entumecida de sonreír forzosamente para las fotos y las felicitaciones que no sentían que fuesen sinceras.
No quiso volverse con sus padres y decidió dar una vuelta caminando para despejarse. Igualmente su casa estaba a pocas cuadras del teatro.
Mientras caminaba por la peatonal se paró a ver el por qué de tanta gente y entre las cabezas lo vio a José tocar con una vieja guitarra y cantar con tal sentimiento que logró emocionarlo.
Cuando terminaron de tocar, agradecieron sinceramente al público por escucharlos y entre aplausos se dispersaron los paseantes, algunos dejaron algunas monedas en la gorra, otros simplemente siguieron su camino.
Cuando los amigos contaban las propinas para repartirlas, no podían creer lo que veían. Entre monedas y billetes de dos pesos, enrollado prolijamente un billete de cien.
Alexis estudia piano desde que su tío a los 4 años le regaló un Steinway de cola que pasó a ser el centro de la enorme sala donde vivía la familia Wainbaum.
José heredó de su padre, el mecánico del barrio, esa facilidad para ser el centro de atención en las reuniones, cantando desde que aprendió a hablar y acompañando con un bombo casero, las guitarreadas que se armaban en los asados del taller todos los jueves.
El señor Wainbaum, uno de los dueños de la mayor editorial del país, contrató a los mejores profesores de piano, durante toda la infancia de Alexis hasta que entró en el Conservatorio Nacional. Varios fueron los profesores que pasaron por esa casa. Por alguna razón nunca duraban demasiado.
José se calzó la vieja guitarra de su padre cuando sus brazos llegaron a rodearla y alcanzar las cuerdas. Tocaba solo, cuando su padre le prestaba el instrumento y en las guitarreadas de los jueves, mientras los mayores comían y tomaban, él se acercaba a los instrumentos de los invitados y con cuidado, apenas rozaba las cuerdas sin tomarlos por miedo a tirarlos.
Con el tiempo José aprendió algunos rasgueos y lo dejaban participar en alguna zamba con la vieja guitarra del mecánico, con el bombo que era por descarte el instrumento que casi siempre le tocaba y cuando sólo estaba de espectador, llevaba el ritmo golpeando la mesa y el banco de madera.
Pasaron muchos años de estudio, muchas crisis en las que el chico no quería ni acercarse al piano, hasta que terminado el conservatorio, Alexis ya era oficialmente un músico.
Gracias a sus influencias el señor Wainbaum facilitó las cosas para que su hijo tocara en el Teatro Nacional, en una gala donde los invitados pagaron carísimas entradas.
La mayor parte de la audiencia estaba por quedar bien con el señor Wainbaum y no entendía mucho de música.
José comenzó ayudando en el taller hasta que quedó al frente después del accidente que dejó a su padre sin poder trabajar. Los asados de los jueves siguieron y ya eran una tradición en el barrio, aunque ahora José era el principal atractivo, deleitando a todos con sus habilidades para emocionar a los oyentes con cualquier instrumento o simplemente con su voz.
En la escuela no le salían muy bien las cosas. Aunque era muy inteligente, el trabajo le ocupaba casi todo el tiempo y si no fuera por la insistencia de su padre hubiese abandonado.
Con unos compañeros se les ocurrió armar un grupo y los fines de semana se juntaban a tocar a la gorra en la peatonal del centro. Solían juntarse muchas personas alrededor, que al pasar, no podían evitar sentirse atraídos por la música y aplaudir hasta dejar rojas sus palmas.
No lo hacían tanto por la recaudación, que a veces, después de repartirla, ni siquiera alcanzaba para comprar un juego de cuerdas, pero hacer música les daba placer y ver a la gente feliz era suficiente recompensa.
La noche del concierto Alexis estaba muy nervioso, casi descompuesto. Había ensayado cientos de veces pero igualmente no podía alejar ese terror de que se le escapara una nota.
El auditorio escuchó en silencio durante la ejecución, muchos se esforzaron por contener el sueño y cuando terminó aplaudieron de pie y saludaron respetuosamente al importante músico, hijo del respetado editor, en el imponente teatro.
Casi una hora después del concierto, Alexis seguía temblando, su malestar no lo dejaba y su cara ya estaba entumecida de sonreír forzosamente para las fotos y las felicitaciones que no sentían que fuesen sinceras.
No quiso volverse con sus padres y decidió dar una vuelta caminando para despejarse. Igualmente su casa estaba a pocas cuadras del teatro.
Mientras caminaba por la peatonal se paró a ver el por qué de tanta gente y entre las cabezas lo vio a José tocar con una vieja guitarra y cantar con tal sentimiento que logró emocionarlo.
Cuando terminaron de tocar, agradecieron sinceramente al público por escucharlos y entre aplausos se dispersaron los paseantes, algunos dejaron algunas monedas en la gorra, otros simplemente siguieron su camino.
Cuando los amigos contaban las propinas para repartirlas, no podían creer lo que veían. Entre monedas y billetes de dos pesos, enrollado prolijamente un billete de cien.
¡ME encantó!!!! un abrazo
ResponderEliminarBonita historia. Pero ¡que susto me llevé! cuando entendí que ya habías recibido 1.197 comentarios.
ResponderEliminarPobre Alexis! Quizá hubiese sido un excelente arquitecto (por poner una profesión). Pero los padres suelen equivocarse feo.
ResponderEliminarHas tocado muy bien las cuerdas hoy, Gamar :)
ResponderEliminar¿Está basado en algo real o inspirado en algún caso conocido?
Winnie0:
ResponderEliminar¡Cuánto me alegro! Gracias.
Beso
fbm:
Si, ya tengo que cambiar ese número a medida que se vayan dando cuenta. Soy un falso impostor.
Muy pero muy bueno. Perfectamente contado y con un ritmo de lectura exacto.
ResponderEliminarMe gustaría que participara en mi blog colectivo NSE (No Somos Escritores).
Yo se lo publico y después usted sigue cuando quiera.
Piénselo.
Un abrazo y una felicitación sincera.
Rebeca:
ResponderEliminarAunque fuera peluquero, pero que al serlo se sintiera feliz.
JuanRa Diablo:
Todo lo que escribo nace de algo vivido. Supongo que a todos les debe pasar, pero hasta en las historias más fantásticas se cuelan cosas de la vida de uno.
Gracias, un abrazo.
OPin:
ResponderEliminarMe alegra que le gustara y gracias por el ofrecimiento, pero ¿usted sabe lo irregular que soy escribiendo?
Si sirven las cosas ya publicadas podría ser.
Un abrazo.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarTodo lo que se publica en NSE son entradas antiguas de los respectivos blogs. Decimos que si algo que nos gusta ha quedado olvidado en un rincón, NSE es el lugar para volver a mostrarlo.
EliminarAdemás, cada vez que se publica un nuevo trabajo se coloca un enlace hacia el blog del autor, se publica en tweeter, además de incluirlo en nuestro directorio de blogs.
Dele una mirada a No Somos Escritores y si le gusta copiamos y pegamos por allá también.
Un abrazo.
Me encantó la historia!!!
ResponderEliminarDemasiado bien hubiera resultado si armaban banda. Nadie dice que el muchacho fuera malo sino que por ahí le falta encontrar el fuego interno...
ResponderEliminarMuy bien llevado el relato!!
Abrazos!!
Buenísimo!
ResponderEliminarLo que natura non da ..... salamanca non presta.
Un relato digno para regresar a leerlo.
ResponderEliminarGracias.
Alicia
Un billete de cien que pudo haber pagado las cenas de unos cuántos días.
ResponderEliminarUn saludo.
La diferencia entre el placer y el deber.
ResponderEliminarbesos!
Ojito con tan alto número de comentarios...no sé a qué se debe, pero casi no entro porqeu dije...no voy a leer toooodos esos cometnarios, e incluso Gamar no va a leer el mío despu´se de haber leído todos esos!!
ResponderEliminarY casi casi no le comento nada.
Imagínese qué pérdida para usté!!!!
Viendo cómo escribí, quizás hubiera sido mejor que no le comentara nada..jajaja
ResponderEliminarMás besos.
OPin:
ResponderEliminarOk, lo charlamos.
Crai:
¿O sea que ahora la tengo encantada?
Mmm, déjeme pensar...
Etienne:
Básicamente, tienen dos concepciones bien distintas de la misma cosa.
Aunque es cierto que pueden cambiar los dos de perspectiva.
Muchas gracias, un abrazo.
Malena:
ResponderEliminarAsí es Malena.
Hace muy poco, alguien me preguntaba si era necesario nacer con talento o se podía lograr ser bueno con mucha práctica.
El estudio y la práctica le van a dar todas las técnicas necesarias para poder sacar o expresar.
Si hay algo que expresar será muy bueno, pero si no hay nada, será un correcto ejecutor, nada más.
Beso
Alicia María Abatilli:
Muchas gracias entonces.
Besos
la MaLquEridA:
Yo creo que esa misma noche se fueron todos a una pizzería a pasarlo bien.
Saludos
Mona Loca:
ResponderEliminarUsted dice que mi gracia con la cantidad de comentarios es contraproducente?
La sacaría ya mismo, pero creo que es lo único gracioso últimamente en este blog.
Y además logró que usted volviera después de un tiempo y me dejó tres comentarios y lo mejor, varios besos.
Se queda.
Muy linda tu historia, muy real. Tengo hijos músicos y te puedo asegurar que el camino es ineludiblemente de trabajo.Ellos pasaron desde pasar la gorra en otros paises hasta tener que hacer recitales en boliches de "morondanga", pero para ganar un lugar tuvieron que trabajar y ser buenos. Un abrazo y felicitaciones por tu blog.
ResponderEliminarYa me desperté!!.Me llevé un buen susto pues le daba a tu perfil para entrar aqui, y me decia que el perfil no era publico y no conseguia entrar...bueno pensándolo bien a lo peor no es verdad y lo he soñado.
ResponderEliminarLo de los 1.197 comentarios no es gracioso, es una barbaridad, aunque sea mentira.
Seguramente que Alexis será un triunfador y José tendrá que dejar la música para trabajar en dos sitios a la vez y poder pagar la hipoteca...Cosas de la vida, que es corta e injusta.
Creo que me desperté de mala uva, espero que se me pase pronto.
Besos
Lao:
ResponderEliminarMe gustaría conocer lo que hacen sus hijos, tal vez ya lo conozca y no sabía que también conocía a su padre.
Un abrazo y gracias.
Gatadeangora:
Está bien, está bien, voy a sacar eso de los comentarios.
Tiene más oportunidades un mediocre bien acomodado que un artista genial pero sin recursos ni contactos. Así es la vida.
Beso
Todos los senderos tienen su trecho ameno y su trecho tortuoso. Aquí hay de todo y para todos. Pero en el fondo no está mal un reconocimiento al talento. Seguramente Alexis también lo merecería en la situación apropiada.
ResponderEliminarMuy bueno.
Un saludo.
Qué bonita historia!
ResponderEliminarBaci
(ya no pasas por mi casa...aunque no hay mucho para ver..)
Yoni Bigud:
ResponderEliminarLos dos tendrán su mérito sin dudas, pero por cuestiones diferentes.
Muchas gracias.
Nina:
Es cierto, ni por el suyo ni por ningún lado, pero hoy mismo me pongo en marcha para solucionarlo.
Baci.
¡Qué bueno sería pasar por esa peatonal y encontrar a Alexis y a José tocando juntos aprendiendo ante todo a disfrutar de la vida! Cuántas veces uno ve el sentido verdadero de vivir cuando alguien se le cruza en el camino abriéndole la cabeza y el corazón. Quizás esa gorra fue la señal que Alexis necesitaba...
ResponderEliminarSIEMPRE ESCRIBISTE MUY BIEN
ResponderEliminarLas artes son mucho más que técnica. Ésta es necesaria pero de nada sirve sin mucho corazón. Muy bueno, Gamar.
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